Este tipo es el resultante de una fusión entre las torres de sillon y de garita. Con ello se consigue añadir aún más altura al superponer al último cuerpo de la torre de 'sillón' una garita en uno de sus extremos. De esta forma se consigue un acceso más cómodo a la terraza alta, a la vez que un punto de mira más resguardado desde la garita y con horizonte más amplio.Pero, si en el plano de lo práctico consiguen sumar todas las ventajas del tipo 'sillón' y tipo 'garita'.
Torres de Garita, llamadas así porque poseen una garita encima de una torre normalmente cuadrada y de dos alturas, dicha garita cumple dos funciones: por un lado albergar la escalera de caracol que da acceso a la terraza y por otro, ubican el punto de observación en una pequeña plataforma o sillín en su parte superior, desde donde el propietario dotado de un catalejo controlaba el devenir de sus naves.
 Este grupo constituye un tipo con más características comunes que el anterior, lo que nos permite estudiarlas en conjunto a pesar de las peculiaridades particulares de algunas. Solucionan de una forma práctica y satisfactoria su misión de mirador, pues consiguen gran altura sin cargar excesivamente la estructura general del edificio al elevar su último cuerpo con una superficie que ocupa la mitad o menos de la planta general de la torre. A la terraza de este último cuerpo se accedía por una escalera móvil y desde ella se oteaba el horizonte en busca de novedades.Los cuerpos de estas construcciones se resuelven con gran sencillez, siendo todos lisos, con el único resalte de los listeles que separan las plantas o las molduras que en algunos casos llevan sus vanos. Como terminan en dos niveles, se plantea el problema estético de establecer un nexo armónico entre ambos. Para ello se acude a soluciones diferentes: en el número 23 duplicado de la calle Columela, tenemos una torre de planta rectangular con un listel en el primer cuerpo y listel y cornisa en el segundo, que marca una fuerte separación con el último cuerpo y amortigua el seco efecto que supone el ángulo recto formado por su unión con el pretil de la terraza baja. En el número 2 duplicado de la misma calle Columela, también se marca con una amplia cornisa la separación del último cuerpo, que al ocupar más de la mitad del área de la planta y articular su pretil en metopas, adquiere gran entidad en el conjunto de la construcción, por lo que la unión de los cuerpos queda en un segundo plano. Otro grupo de torres resuelve de forma más acertada la unión de los dos niveles de terrazas, colocando unos muretes de perfil mixtilíneo entre ambos cuerpos
Las torres más antiguas que se conservan en Cádiz pertenecen al edificio levantado por don Diego Barrios en la actual plaza de San Martín. La construcción de estas torres en el año de 1685 fue causa de una polémica muy interesante que terminó con la venia para su conclusión y que aclaró la legalidad de construir torres en los edificios civiles de la ciudad. Por otra parte, resulta de gran interés por ser las únicas que forman pareja dentro de un mismo edificio, aunque, en realidad esto no constituyera un caso singular en su época.Las características generales de las torres son las siguientes: tienen planta cuadrada y se elevan un piso a ambos lados de la fachada principal del edificio. Cada uno de sus frentes tiene un vano rectangular con ménsula en su clave, flanqueado por pilastras pareadas de tipo toscano en cada uno de sus lados, repitiendo la articulación del tercer cuerpo del edificio.César Pemán, en su libro Arquitectura barroca gaditana. La casa de don Diego Barrios (1955) opina que antes de terminar en terraza, como ahora las conocemos, estaban cubiertas con tejado. Según su opinión esto debe obedecer a una mutilación, pues considera que lo normal es que terminasen en azotea y cupulín.
Nuevamente subí a la azotea,el levante soplaba fuerte,las numerosas antenas dibujaban ondas en su movimiento,y el reflejo del mar en la noche hacia imaginar la fantasía de antaño.Siguiendo los numerosos campanarios que resaltan,quise encontrar una respuesta  a la situación de cada templo,como queriendo descubrir secretos que solo serian visibles a vista de pájaro.Siete torres miradores se cruzaban en mi horizonte,orientado hacia poniente en el centro de la ciudad ,son siete las torres que se acoplan hasta llegar al faro del Castillo de San Sebastian .Al norte Siete torres quedando   la ultima linea la torre del antiguo Gobierno Militar así susesivamente y en cualquier orientación Siete eran las torres que se perdían en el horizonte hasta llegar al mar.........
Esto hizo volar la imanación,y con el viento soplando en mi cara me traslade en el tiempo.Cada minarete,cada garita quien las construyo,quien las hizo,quien las habitaba,cuantos escritos perdidos,armadores,navieros,marinos,cuantas historias desde un mirador........
Al fondo el mar como queriendo explicarlo,el horizonte cada vez mas cercano,la noche templa el sentido y el reflejo de la luna sobre las aguas como palabras se arquea en en un balance.
Conté de nuevo las torres pero esta vez mirando al Sur contemple la séptima torre pero algo me sorprendió,era al atardecer y la séptima torre hacia sombra sobre el malecón del Campo del Sur  como una magia extraña se reflejaba en las aguas que no eran ni verdes ni azules ,a esa hora su color era casi como de plata vieja.........
Las torres miradores hicieron mundialmente famosa a Cádiz. Eran lo primero que divisaban los viajeros que llegaban por mar, y observaban la silueta pintoresca y diferenciadora que le conferían a la ciudad. Las torres miradores de Cádiz son uno de los elementos más característicos de la arquitectura gaditana. Sin precedentes en la arquitectura de la baja Andalucía, se le atribuyen influjos norteafricanos. Generalizado su uso entre los siglos XVII y XVIII, en la maqueta de Cádiz de 1777, situada en el Museo de las Cortes (C/ Santa Inés) se pueden contar 160 torres miradores, de las que actualmente quedan aproximadamente 126.


En el siglo XVIII, no había comerciante gaditano que se preciara que al construir su casa no sumara en ella el añadido de una torre mirador. Las torres de Cádiz fueron el resultado del prestigio y auge que esta ciudad tomó con motivo de su comercio con las Indias occidentales.

Estas torres miradores solían tener planta cuadrada, de uno o dos pisos, con artesonado de madera en el interior. La excepción a esta regla la podemos encontrar en una torre situada en la calle José del Toro, que es la única con planta octogonal. Comúnmente se la conoce por “La Bella Escondida” porque no se puede ver desde la calle.
Fueron construidas en su mayoría en el siglo XVII y XVIII, momento en que la ciudad era el puerto oficial de entrada de toda la mercancía procedente de América. La población gaditana de aquel entonces se componía principalmente de comerciantes, de ahí la generalización de las torres miradores. Cada comerciante quería ver cuándo llegaba su barco.
Todo comerciante de la época que se preciara tenía en la parte superior de su vivienda una de estas torres, desde donde se controlaban la salida y entrada de barcos. Cada torre tenía su bandera para que los barcos la identificaran desde alta mar.
Las torres miradores de Cádiz son elementos característicos de su arquitectura dieciochesca y de su vinculación con la vida y el negocio del mar. Como muestra de ello, la mayoría están situadas a poniente, en aquellas casas que están delante de la canal de entrada al puerto dónde, por proximidad a éste, se establecía la clase noble de la ciudad.
Cádiz se transformó en el siglo VXIII en una de las ciudades más bellas de Europa, bien trazada, adoquinada, limpia, con casas más altas de lo común rematadas por una torre que servía de vigía. Era una ciudad de vida cara, un gran centro para el comercio, cosmopolita y con muchos extranjeros (genoveses, ingleses, franceses, holandeses…)
En 1717, Felipe V había dispuesto que se trasladasen a Cádiz la Casa de Contratación y el Consulado de Indias, por lo que la ciudad obtuvo el monopolio del comercio, dotando al puerto de Cádiz de una completa infraestructura y beneficiando enormemente al enriquecimiento de la ciudad. Aquel monopolio terminó en 1765, aunque este hecho no afectaría ni perjudicaría a Cádiz debido en parte a la extraordinaria situación geográfica de la ciudad y en parte también, a que los comerciantes gaditanos, inteligentes y capaces supieron desarrollar una actividad en consonancia con los intereses en juego.
En 1792, las ordenanzas municipales prohíben la construcción de torres miradores por inutilidad y peligro de derrumbamientos.